sábado, mayo 17, 2008

Cabeza de frasco


Busqué y rebusqué un antecedente de esta sensación extraña. Hoy me siento desprotegido. Metí la mano bien adentro y encontré. Alcoyana-Alcoyana. En jardín de infantes –no en preescolar- me sentía así. De nada servía que me dijeran lo lindo que me quedaba el guardapolvo rojo a cuadritos. Ni saber que iba a ver a mis amigos. Ni tener plena conciencia de que mi mamá estaba ahí, dos pisos arriba. No. Recuerdo que mi maestra –Liliana- estaba de licencia y había una suplente. Más joven. Más alta. Más rubia. Tal vez más bonita. Y quizá, también, más buena. Pero yo no la quería. Y como yo no la quería, ella tampoco me quería a mí. Y entonces, todo se volvió siniestro. Oscuro. Realmente osuro. Físicamente oscuro. Como recuerdo este lugar, cuando no estoy. Aunque descubra cuando sí estoy que aún los días nublados la claridad lo invade todo.
Siniestro. Voces que no quiero oír. Gente que no quiero ver. No quiero estar acá, conteniendo el vómito. Sangrando. Aguantando el dolor.
Salgo un rato con la presión de saber que vuelvo.
Viene a mí. Me dice que no, que no salga. Que escriba sobre un floklorista muerto. Cree que puede conmigo pero no sabe. No sabe. Desprecio. Asco. Odio inusitado. Ya no soy ni seré aquel. Ya no tengo miedo ni tiempo. Sé qué hacer. Rajá de acá, cabeza de frasco. No vas a poder conmigo. Nunca. Yo te avisé.