viernes, noviembre 30, 2007

¿Poder de síntesis?


Ahora que nos vemos sólo un par de horas lo único que hacemos es discutir.

Así


Temo que más temprano que tarde la buena intención se convierta en carga.

Descubrí que no todo lo puedo. Pero hacia allá voy, de nuevo. No pesa. No pesa. No pesa…

Bumerang


Llegó de nuevo. Con yapa. Colmándolo todo. Sin treguas. Títeres sin cabeza.

Sabés


Voy a intentar hacerlo. Rápido. Tomándome mi tiempo. Voy a hablar de vos, ahora.
¿Cómo me ves desde ahí? ¿Soy como creías que era? Intento estar a la altura de las circunstancias pero a veces no puedo. No puedo suplir tu ausencia.
Quiero hablar de vos y ya ves, tampoco puedo. Quedé preso de ese abrazo que no fue. De mi ausencia aquella noche en que no estuviste más.

Extraño tus ojos. Y tu mirada, más. Verte cocinando o jugando juegos chinos. Extraño que me vengas a buscar a la salida del subte y que me cuentes, una vez más, que mamá está insoportable cuando nadie nos escucha.

Intenté que nadie sufriera, sabés. Que entendieran que vos no querrías verlos así. Lo intenté y me autoconvencí –sin querer- de que eso era cierto. Y seguí. Seguí y sigo.
Pero cada vez que me encuentro solo (cada vez que me encuentro) duele, acá adentro.
Así. Duele que haya sido así. Que no te hayas podido despedir de nadie. Que no te hayas podido despedir de mí. Que hayas muerto asustada. Aterrada. Que hayas muerto.

Ayer vinieron a cenar. Están bien, o al menos eso me demuestran. Porque sabés que soy jodido cuando doy directivas. Tienen que estar bien, les dije. Y ellos juegan a hacerme caso.
Es un juego que nos permite seguir viviendo, sabés. Sí, sabés.

El otro día encontré una carta que te escribí cuando era chico. Te decía que eras mi hada madrina. Que me hacía feliz tenerte como hermana. Nunca te la di. Mierda. Igual sé que lo sabías.

Todos morimos un poco aquella noche. Y sé que suena cursi y a frase hecha. Pero así fue y para qué negarlo. Yo me encontré con la certeza de que nunca más iba a ser feliz. Y no lo digo porque estoy mal. No. Aunque pueda seguir disfrutando de amar y ser amado, aunque vea a Fede crecer y me reconozca (y te reconozca, también) en él. Aunque tenga un trabajo por el que me pagan bien y mínimamente me gusta. Aunque esté rodeado de gente que me quiere. Aunque pueda disfrutar de todo eso (como lo hago) nunca más voy a ser feliz.
Y por eso te entiendo tanto, ahora. Tanto, tanto, como vos siempre me entendiste a mí. Esa tristeza forjada en ausencias hoy es mía.

Espero haberte hecho feliz alguna vez. Espero que hayas sabido que estaba ahí, cuidándote, deseando que estuvieras bien y agradeciéndote. Porque soy quien soy gracias a vos. Eso quería decirte. Que soy gracias a vos, aunque no me hayas parido.

Escupitajo Facial


Te voy a echar un escupitajo que ni los lentes mersas que llevás puestos van a salvarte de quedar tuerta”, pienso y te digo que sí, que no, que bueno.

Barajo dos convicciones que moldean esta nueva templanza: la estupidez es un castigo en sí misma y nadie soporta más de lo que puede.

Trago el escupitajo, sonrío y sigo tipeando. Debe ser difícil ser vos.