miércoles, abril 12, 2006

miércoles, abril 05, 2006

PeRRo aNDaLuZ


Hubo un beso. Mitad en serio, mitad en chiste. Y una escena bizarra en el baño del colegio el día de la primavera. Hubo, también un helado de agua compartido en un recreo. No mucho más.

Esos eran los elementos con los que yo armaba esta historia de amor.

Un sábado de octubre mi agenda se superpobló de compromisos. Dos cumpleaños de quince y una comunión. Mi orden de prioridades se vio drásticamente violentado cuando supe que Pablo estaba invitado a uno de los cumpleaños. Y allá fui.

La fiesta era un embole porque en realidad nadie soportaba a la chica que cumplía años. De hecho nos habíamos reunido todos para ir a comprarle el regalo y decidimos de común acuerdo regalarle lo más feo que encontráramos (aunque fuese caro). Así, terminamos llevándoles un gigantesco espejo con marco negro y la silueta de una mujer de los años veinte. Envuelto, claro, en un papel afiche anaranjado.

Yo sólo estaba ahí porque quería verlo a él. Apenas llegué lo busqué con la mirada. No estaba. Me instalé en uno de los balcones que daba a la calle, cual Julieta travestida. Lo vi llegar al poco tiempo. Llevaba puesta una camisa blanca a rayas y un pantalón ¿beige?. Subió y se quedó en el balcón conmigo.

Hablamos poco. Yo todavía no era un chico sociable, y mucho menos con los tipos. Y, con él, me pasaba algo totalmente extraño: me sentía cómodo e incómodo a la vez. Cómodo porque él se acercaba a mí de una manera genuina y me trataba como a un amigo. Incómodo porque lo amaba.

Todos los detalles de la fiesta perdieron trascendencia. Sólo recuerdo que sonaba Erasure una y otra vez. Y que las luces no se apagaban cuando la música empezaba a sonar.

Pablo se sentó en la misma mesa que yo y mis compañeros. Él tomaba cerveza , yo gaseosa. La mesa que nos había tocado en suerte era la mejor. Al menos para mí, porqu estaba con todos mis amigos y con él.

En un momento, estábamos los dos sentados en un sillón y Pablo empezó a quemar el apoyabrazos con un cigarrillo. Yo lo dejé hacer. Supongo que su maldad era leída por mí como rebeldía (o viceversa). Más allá de la lectura que haya hecho sobre esos pequeños gestos de chico malo, lo cierto es que me atraían.

Creo que esa fue la última fiesta en la que pasaron lentos. Y ahí estábamos nosotros, sentados en ese sillón, lejos de todo el mundo. Él quemando el apoyabrazos, yo totalmente extasiado mirando como se iba llenando de agujeros negros.

Algo tenía que sacarnos de esa situación antes de que los bomberos hicieran su aparición… Fue su comentario.

-Qué fea que es esa mina!

Se refería a una de mis compañeras que había pasado por adelante nuestro rumbo al baño. Una chica entrada en carnes y con una caripela no muy agraciada.

Yo me reí. Y no sé porqué le propuse que la sacara a bailar. El se rió, también. Sin embargo, esperó que la chica volviera y cuando estaba pasando nuevamente por donde estábamos sentados Pablo se paró y la tomó de la mano. Yo contuve la risa por un buen rato.

La canción terminó y Pablo volvió al sillón.

-¿Viste? ¿Qué me gané?
-Nada.
-Y ahora?
- Ahora qué?
-Ahora a quién saco?

Miré hacia las mesas. Ahí estaba ella sentada. Mi mejor amiga. La mejor alumna del colegio. (Aún hoy) mi hermana del alma.

Señalé hacia donde ella estaba. Hacia allá fue él.

Bailaron. Ella trataba de mantener las manos de Pablo lejos de su trasero. Esquivó varias veces los avances de él por darle un beso y la canción terminó.

Alguien me avisó que mi hermano había ido a buscarme. Me despedí y salí casi corriendo.

El lunes, cuando llegué al colegio, mi amiga me dijo que quería hablar conmigo. Yo no tenía idea de qué le pasaba, pero como era habitual que me contara todo lo que le pasaba, no me preocupé.

Cuando llegó el recreo nos quedamos los dos en el aula. En esos diez minutos entre matemáticas e historia me dijo que Pablo le había empezado a gustar. Me preguntó qué sabía yo de él. Me pidió su teléfono. Fue un momento extraño. Yo le conté que hasta hacía un mes Pablo había estado saliendo con una ex compañera mía (actual compañera de él) y le prometí que en el próximo recreo averiguaba el teléfono de Pablo.

martes, abril 04, 2006

viernes, marzo 31, 2006

GiGaNTe Deja Vu



Fue un flash. Me remontó a mis seis años. A la primera excursión que recuerdo. Estamos en Parque Roca y mis compañeros se van, todos juntos, a una cancha que queda algo lejos de donde estamos parando. Yo me retraso, no recuerdo por qué. Tampoco recuerdo si es que no quise ir solo o no me dejaron los maestros. Lo que sí recuerdo con claridad es que decido entonces, y con el permiso de mi maestra, dirigirme a una especie de laberinto gigante que está ahí­ cerca.

Creo que estoy tirándome por un caño al mejor estilo Batman cuando, desde arriba, las veo.

Tienen mi edad. Las dos llevan el pelo recogido. Una tiene los ojos grandes y las mejillas coloradas. La otra, el cabello más claro y los ojos achinados color miel. Son robustas. Más allá de eso, no hay nada en ellas que llame mi atención……Hasta que empiezan los gritos.

Tardo en identificar cuál de las dos grita. La chica con cabello más claro está de espaldas a mí. La otra le pega trompadas, de costado. En realidad, le da cachetazos con el puño cerrado. Se tiran del pelo hasta quedar con mechones enteros en sus manos. Se rasguñan hasta ajarse la piel.

Una de las dos cae y la otra empieza a darle patadas en la cabeza. Los gritos son cada vez más insoportables. Ya no sólo ellas se insultan; todos sus compañeros corean sus nombres. No sé cómo, ni quién lo dice. Sólo sé que lo escuché: son hermanas.

En ese momento pierdo, de pronto, la noción de cómo regresar. Estoy angustiado. Con la extraña sensación de que si no recuerdo el camino voy a quedar, para siempre, perdido en esta situación. Que los gritos van a ser eternos. Y que la sangre, que empieza a correr con furia desde la nariz de una de las nenas hasta la arena, va a terminar ahogándonos a todos.

No recuerdo qué pasó después. Si alguien las separó y si yo salí corriendo. Lo que si sé es que es uno de los recuerdos mas nítidos de mi niñez.

Hoy pasé por una situación parecida. Y me sentí perdido, también. Y la angustia me transformó en un títere de tul.

Hoy, apenas llegué, se agarraron a puteadas mis dos jefes, un hombre (padre) y una mujer (hija). Y de las puteadas pasaron a los golpes, que no vi, pero escuché. La acción se trasladó justo delante de mi escritorio en el preciso instante en que el hombre le acertaba un tremendo paraguazo a su hija en la espalda.

Un rato después, nada. Paz. Nada ha pasado.

Quiero huir de acá. Nunca tuve tan claro el camino de vuelta.

martes, marzo 28, 2006

aÑiCoS

Triste payaso serio.
Ganas muchas de sacar tripas.
De ver sangre.
Mueran, ya.
Ni odio al menos.
Nada.
Se cristaliza esta tristeza de ser al menos.
De tener al menos.
De dejarme estar en este circo ajeno y tétrico.
Y mi sonrisa;
y mis lágrimas,
y mis ganas y mi desgano.
Nadie aplaude mis piruetas retardadas.
Quiero estrenar condena perpetua.

miércoles, marzo 22, 2006

eL TRaJe

Después de meses de silencio mutuo me ofreciste cerveza de tu vaso. Nos caímos en gracia y así nació la catarata de palabras (dichas y no).

Tenía, en esa época, la compu en el quincho. Ahí pasaba las noches, escribiéndome, dibujándote hasta que se hacía de día.

Lo que escribía era cursi: odas al sufrimiento edulcorado, ensayos sobre la histeria. Enhebraba coincidencias y te escondía los collares. Amigos. Un título que nos chingaba.

Otras palabras se arrastraban por mi garganta. Fétidas. Fútiles. Inventé amores y pasados mientras me entregabas tu presente desnudo y adormecido. Estuve poco tiempo enamorado. No tardé en darme cuenta de que no eras lo que necesitaba. Pero, igual, te necesitaba.

El traje nos seguía chingando cuando empezaste con tus dudas de chico educado. Cuando me enredé en la cuerda y caí de boca.

Pedí una tregua. O todo lo contrario. Dejé de hablarte. Había perdido el dominio de mi mente y necesitaba desensillar. Vos no lo entendiste. No te culpo, ahora. Fue difícil mantener la distancia; la facu y sus malditos trabajos en grupo nos mantenían hilvanados.

Mientras despojaba a mi enojo de desnudez -para mostrártelo- llegó pascuas. El oasis perfecto de cuatro días sin verte que se transformó, de pronto, en cuarto días junto vos. Pascuas. Como para festejar la vuelta entre los vivos fuimos al cine con ellas, tus dos chicas y la mía. Una película pedorra con Nicolás Cabré. Le pediste a una de las chicas que te cambiara el lugar para sentarte a mi lado. No quería pasar por eso. Sí quería. No me diste tiempo. La propuesta fue un balazo en la nuca.

‘Quedate a dormir en mi casa. Tenemos que hablar’.

En ese momento el dolor de cabeza empezó a gobernarme. Pero nada resultó como esperábamos. Al menos no como esperaba yo. Dos de las chicas desaparecieron. Ella, no. Y ahí estábamos los tres en tu casa. Ustedes dos en un sillón. Yo en otro. Ustedes dos haciéndose mimos. Yo al borde de un océano de lava.

Estaba por amanecer. Me hice el dormido y Ella se fue.

Cómo hablar de vos sin hablar de Ella? Simplemente así, acabo de descubrirlo.

Subimos. Mientras te lavabas los dientes me desvestí y me acosté en la cama de tu hermano. Llegaste del baño ya cambiado, con un horrible pantalón de jogging que oficiaría de pijama. Te acostaste en tu cama y apagaste la luz. Nos despedimos. Silencio. Silencio. Silencio. Casi media hora de locura controlada hasta que sentí el intenso frío del metal hundiéndose de nuevo en mi cabeza.

‘Te tengo que hacer una pregunta’.

Me quedé en silencio. Muerto de miedo, sintiendo cómo mi cabeza se desintegraba de dolor.

‘Te gusta alguien?

’‘No’.

Lacónica muralla.

Dormí esos años más veces en tu casa que en la mía. Donamos a la nada palabras que nunca llegamos a estrenar. Jamás nos besamos. Jamás hablamos de lo que pasaba. Jamás nos acariciamos. Jamás cogimos (había que aclararlo).

Empezamos, sí, un ascenso triunfal al podio de las historias no consumadas. Los dos teníamos, ya, experiencia en esos menesteres.

Después vino aquella pesadilla en la costa. Ese viaje en que casi casi te birlo la mina mientras vos paseabas con Ella por la playa. Y después, cuando ya estábamos más tranquilos y lejanos vino el llamado. Estabas a punto de conseguir eso que siempre habías querido. Pero sonó un teléfono y uno fue el tuyo.

Alguien intentó no decirme lo que dijo, o viceversa. Noticia de último momento: no lo ibas a conseguir. El examen de sangre había dado mal. Sospechas, todas. Iban a versearte, a decirte que tu ingreso quedaba para más adelante.

Con la responsabilidad de manejar información sobre vos que vos no manejabas volví al paño de la locura. Lo que tenía para decirte era realmente una garcha. Hacía meses que no nos veíamos y cualquier aproximación al encuentro sería, al menos, forzada. Te llamé. Te acompañé a hacer el cambio de carrera. No hubo tiempo de hablar. Antes de entrar a la facu me dijiste que estabas mal y los ojos se nos llenaron de lágrimas. Nos dijimos chau con un abrazo corto y sentido.Yo quedé en estado de shock. Sospechando. Elucubrando. Sufriendo.

Bajé del colectivo a las pocas cuadras. Volví a tu facultad y me quedé sentado en la vereda de enfrente esperando que salieras. Me pasé seis horas como un buda, pero se hicieron las 23 y nunca saliste.

Volví a llamarte al otro día. Nos encontramos, de noche, en el río. No querías hablar, al principio, sobre el tema. Yo no quería callarme esta vez. Te dije lo que sabía y te pusiste a llorar. Vos no sabías nada. Me preguntaste qué pensaba. No dije nada. Qué iba a decirte?

Nunca más nos volvimos a ver.

Cruzamos, sí, unos mensajes muy interesantes y filosóficos vía mail. Sobre todo en la época en que sobrevolabas el mundo. Hace unos meses tomé valor. Estaba seguro que el tiempo había oficiado de sastre. El traje sí podía cabernos ahora. Ahora que sé con quién quiero compartir mi vida y por qué. Te escribí. Un mensaje tímido de comoestás. Me respondiste que bien. Que tranquilo. Que cómodo en la distancia. Me quedé con la sensación de que nada había tenido sentido.

(Yo y mi manía de clasificar todo no sabemos qué hacer con este traje usado que jamás llegó a estrenarse.)

viernes, marzo 17, 2006

LLuVia De HoRMoNaS


No sé que fue lo que me atrajo, pero puedo identificar con absoluta precisión cuando empezó a gustarme. Yo llegué temprano. La fiesta era a un par de cuadras de mi casa. Recuerdo que compré unas gaseosas en el kiosco de la esquina y caminé. Llevaba puesto un pantalón gris de tela gruesa y áspera, y una campera blanca (terriblemente fea) que era de mi hermano y que yo usaba sólo en ocasiones especiales.

La fiesta la organizaba una ex compañera de colegio. Ex, porque yo había repetido de año y ya no cursaba con ella.

Durante algún tiempo me gustó decir que el entró a esa división en lugar de mí, pero la verdad es que no sólo yo repetí ese año y, además, él no fue el único en entrar. Pero, tal vez, haya sido la única explicación romántica a mi fracaso. Lo cierto es que ahí­ estaba yo, con mis ex compañeros, tratando de saltar al ritmo de los Cadillac's.

Realmente creo que odiaba a todos los presentes. Y era más que claro que yo no le caía en gracia a nadie. No sabí­a muy bien qué estaba haciendo ahí­, pero teni­a un extraño sentido de la pertenencia con esa jauría de histéricas y pajeros. De hecho había sido yo el que habí­a organizado el primer baile, y el segundo, y el tercero. Tal vez por eso la dueña de casa se habí­a sentido obligada a invitarme.

Nunca tuve problemas de relación. Sin embargo, los dos años que pasé junto a esa gente fueron realmente imposibles de soportar. Las relaciones eran totalmente histéricas, de un amor odio digno de telenovelas baratas. Insultos, agresiones cruzadas, burlas groseras y muy poco uso de las neuronas, era lo que abundaba en esa clase. A solo un mes de haber comenzado el año lectivo, ya estaba seguro de que el problema no había sido yo. En las materias volvía a tener un desempeño fantástico. La relación con mis nuevos compañeros era fantástica. Y yo volvía a ser fantástico, como en mi niñez.

Empezó a llover. Como estábamos en la terraza tuvimos que entrar el equipo de música y la mesa a una especie de quincho oscuro y quedarnos ahí­, encerrados. Un anacrónico Hello, Goodbye sonaba, ahora, desde una vieja bandeja arrumbada. En ese momento llego él.

Alguien dijo su nombre y recién ahí­ supe como se llamaba. Pablo. Hasta ese momento habí­a creído que se llamaba Diego. Siempre me confundo esos dos nombres, y, para colmo, junto a él habí­a entrado a esa división un Diego, este sí­, hecho, derecho y bautizado de esa forma. Ellos dos eran los nuevos galanes del colegio. Mis antiguas compañeras y las que ahora cursaban conmigo hablaban sobre ellos todo el tiempo y los perseguían impúdicamente.

La lluvia se transformó en tormenta. La luz se cortó y la gente empezó a irse. Pablo se acercó hasta dónde yo estaba y me pidió fuego. Yo no fumaba. No sé si ya había hablado con él alguna vez. Como en el colegio éramos pocos varones, hacíamos gimnasia todos juntos, así­ que seguramente ya nos habíamos cruzado en alguna actividad.

Ahora sé que fue su mirada. Una mirada fuerte, directa, inquisidora y cómplice. Una mirada dirigida a mí que había pasado hace rato a ser invisible para toda esa gente. Mantuvo sus ojos en los míos unos segundos después de mi respuesta negativa. En ese momento sentí­ que algo habí­a pasado. Todo empezó a tener sentido. Y vi, en el reflejo de sus ojos, como mi niñez se derrumbaba.

Alguien le alcanzó una caja de 2 Patitos de las grandes, que estaba sobre una parrilla. Encendió su cigarrillo y revoleó el fósforo encendido. Con ese mismo fósforo encendió algo dentro de mi cuerpo, algo evidentemente inflamable. Hubo quejas por el fósforo volador. Yo seguí­ inmóvil. Sentía remolinos de sangre. Angustia. Curiosidad. Miedo. ¿Quién es ese chico? ¿Por qué estoy temblando? Pablo se alejó de mí.

Ya éramos muy pocos los que quedábamos en pie. Algunos se habían acostado en el piso o sobre las camperas y dormían, esperando que la tormenta terminara. Otros habían bajado al comedor y se habían quedado ahí­, seguramente sacándole el cuero a alguien. Yo estaba sentado en el piso, con la espalda apoyada en una pared, tratando de entender qué era lo que me pasaba y esperando, a la vez, que parara de llover para caminar las tres cuadras que me separaban de mi casa.

Las velas empezaban a consumirse. Ya nadie se preocupaba en conseguir más. La oscuridad era cada vez más potente. Sin embargo, lo vi salir a la terraza, solo. No lo pensé y salí­ también.

Me pare junto a él, bajo el amparo de un alero a medio construir. El agua caía a chorros. Truenos. Relámpagos.

Lo miré. Pitaba su cigarrillo y sonreía de lado. La violencia de lo que sentía me perturbaba. Nada importaba, ya. Sólo la fascinación que Pablo había empezado a ejercer en mí.

Me miró. Otra vez me sentí­ perturbado. Los segundos en los que se quedaba en silencio mirándome eran horas, días enteros para mí. Me inquietaba su mirada, sentía vergüenza, pánico, y una extraña sensación de estar a punto de estallar por una sobrecarga de energía.

Sin dejar de mirarme tiró el cigarrillo.-Te animás a salir bajo la lluvia?- me preguntó mientras se sacaba la remera. Simulé estar en mis cabales (bien, como siempre) y le dije que no.

viernes, marzo 10, 2006

aHí QueRía LLeGaR...


Sí, es cierto. Otros ni siquiera tienen que decidir hacia dónde van. El camino está ahí, esperándolos, cuando se deciden a caminar. Es injusto? No lo sé ni creo que importe demasiado…

Vos y yo sabemos que el proceso de pavimentación de nuestro camino fue muchísimo más costoso que las carreras ida y vuelta que hayamos corrido después en él. El haberlo construido artesanalmente y sin moldes ajenos nos retrasó, es cierto. Pero al menos tenemos la obligación de saber a dónde queremos llegar.

El otro día te comentaba mi indignación para con Carrió. Te decía que por primera vez alguien que no formaba parte de mi entorno me había defraudado. Y te expliqué por qué. Por primera vez había sentido que mi razonamiento (chiquito, pero propio) era refrendado por alguien con posibilidad de llevarlo a la práctica. Leí su plataforma y aquella tarde de octubre se fue transformando en un 6 de enero. Claro, olvidé que los reyes magos no existen (nadie es perfecto).

Y te explicaba, también, que lo que más odio me causaba era el saber que había puesto mis expectativas, mis ganas y mi tiempo apostando a una mentira. Y que, más allá de la angustia que provoca cualquier desilusión, haber descubierto que no era ella el vehículo era, en el fondo, algo bueno. Y te hable también de no dejarse descansar en espejismos.

Ahí quería llegar.

Hoy, cuando discutimos sobre mi intempestiva huída cuando te quedaste dormido, intenté explicártelo; pero el teléfono no es (lo sabemos) un buen vehículo para las explicaciones de ninguna índole.

A veces siento que vos te esforzás demasiado por “hacer como si” viviéramos juntos. Y yo, hasta hace un tiempo, también hice lo propio. Pero lo que siento ahora, claramente, es que seguir jugando a la casita hace que el juego nunca termine convirtiéndose en realidad. No hay nada que desear. No hay nada por qué luchar. Apostamos a lo lúdico y la realidad nos queda cada vez más lejos.

Si yo puedo vivir con vos (en nuestro mundo) cobrando un sueldo miserable; si vos podés vivir conmigo sin decirles a tus viejos que estás viviendo en pareja con un tipo, todo queda ahí. Ni yo tengo que esforzarme por salir de este botulismo mental ni vos por salir de tu silencio rosado.

Y la realidad es que no vivimos juntos, por más que para vos sea hermoso ir conmigo al supermercado. No vivimos juntos porque, precisamente, hay cosas que nos lo impiden.

Siento que en medio del camino que íbamos construyendo dejamos caer del cielo una casa prefabricada. Y ahí nos quedamos… Y nos olvidamos que el camino que estábamos construyendo iba a desembocar, justamente, en una casa que realmente fuera nuestra. Una casa que, también, íbamos a construir con nuestras propias manos.

La propuesta es clara: tenemos, todavía, fuerzas y ganas de seguir construyendo; hagámoslo!.
Sacudámonos esta comodidad de mentira. Sigamos construyendo, amor. Sé que podemos.

jueves, marzo 09, 2006

aL FiN


Sólo quería esa noche desandar el asco de ser.
Por la ventana, esa única ventana que conozco, miraba como la manada de hienas copulaba sin mirarse, sin tocarse siquiera. Miraba y desandaba el asco porque me sabia distinto, pese a todo.

Y de repente, ahí estabas. Y de repente, ahí­ estábamos, haciendo cuentas y descubriendo que nos habíamos estado esperando.

A veces la vida se vuelve un juego. Y yo quiero jugar con vos hasta que digas basta, hasta que me llamen de arriba para merendar.

El amor se volvio algo simple. Algo puro. Algo cierto y posible. Y te amo con esta ternura que estreno para vos. Con estas ganas tremendas de vivir en tu cama .Con esta placidez que no conozco. Con esta paz nueva que me regala tu mirada.

Y con la emoción de saber que sí, que es posible; que es cierto. Que estás, que estoy, que estamos.

Sólo buscaba desandar el asco mirando por esa única ventana que conozco. Y ahí estabas, diciéndome con los ojitos eso que nadie más que yo puede entender. Eso que yo te digo con mis besos. Eso que siempre esperamos y llegó, al fin.

HoY


Un paso y otro; y de repente, miro hacia atrás y ya no hay nada que se parezca a lo que es.

Como si me gustara la monocromía celebro los tonos violáceos y sonrío, como borracho, ante el hecho de no hacer.

Vuelvo la vista hacia adelante. Donde es adelante? Busco, con la mirada primero, luego con la voz, la respuesta que no logro hacerme. No hay eco. Mi voz no vuelve. No reverbera, no viene a atravesarme como antes. El silencio es externo, ahora. Y no aturde tanto como quisieran los que callan.

La mano al alcance de la mano.

El aferrarse, ahora, a quien se aferra me vuelve lo que soy: una botella de cristal grueso y pulido. Y el agua que, a la vez, brota de la piedra y camina, corre, se mueve hacia la botella. Continente exacto y milimetrado. Eso soy. Y un contenido que se vuelve fuego en el verano.

Sigo caminando entre las rocas hacia esa botella que también soy, ansiando que me libere, al apresarme.

SiLeNCio, HoSPiTaL


Acá tengo casi todo: birome, papel, tele, revistas, música y un padre agonizando. Es difícil no perderme de vista, sobre todo porque estoy cansado y por momentos me niego a abrir los ojos.

Hoy es mi segunda noche acá. Vendrán muchas otras en las que me familiarizare con cada puto rincón de este lugar. Mi malestar hacia los médicos, presiento, siento ya, va a ir acrecentándose y voy a terminar ciego, pero de odio. La lucidez me acompañó en mi viaje en ambulancia, pero no entro con nosotros a este olimpo bailantero.

El sueño hoy se apiado de mi. Pero no soy yo hoy el que importa. Tal vez por eso no encuentro mi eje, porque, esta vez, no soy yo el centro de nada. Ni siquiera de mis historias escritas.Hace ocho años pase por esta situación. Pero estaba mucho más mareado y perdido entonces. Solo remaba. No marcaba el rumbo. Remaba y remaba sin descanso. Ahora puedo estar orgulloso de eso. De haber salido de mi dolorcito cascarón.

Sin embargo, algunas no han cambiado. Sigo buscando en cada célula rastros de justicia, desconociendo lo que sé que desconozco: la existencia de alguien justo que digita todo.

De todos modos, me embarco en una mentirosa carrera hacia la fe. Como cada vez que necesito que me hagan pie para llegar a algún sitio. Esta vez no hay enojo ni certezas inexplicables y putas. Solo la sensación de que hay un sinsentido en todo esto. Una crueldad que conocí hace más de diez años y que dejo marcas para siempre. Pero este sinsentido de alguna manera es más cruel. No somos los otros los que sufrimos esta vez (por ausencia) es él quien sufre, y sus sufrimiento no tiene fin ni sentido. Nadie va a aprender nada de esto. Nadie. No va a revelarse una verdad escondida, no va a servir de molde para otros momentos similares por venir.

Hace calor acá. Acaso este lugar sea el infierno. Un lugar con todo lo necesario para despojarte del yo. De las certezas. De los valores. De la esperanza. De todo lo que nos hace ser y no estar. Esto es una mierda. La peor de todas.

Amén?

BaNCaTe eSe DeFeCTo


La mierda me circunda y, a veces, se transforma en espejo. Evidentemente soy yo el culpable.

Me desarmo, vuelvo a armarme, entero, y nada, no hay indicios de errores fatales. Pero sigo encadenando decepciones. Las vuelvo un rosario y rezo cada noche.

Me gustaria poder exiliarme. Tomar mi mente. Tapiar mis ojos. Lacrar mi boca y quedarme adentro mio, solo, triste, tranquilo.

aJeNo


Íntegramente pintado de una tristeza plateada miro y me descubro ajeno. Siempre ajeno.
No me resulta fácil encontrarme debajo de las sábanas. No sé quién soy cuando me visto.

Extraño las tardes soleadas.
El amor lavado y la lluvia y las lágrimas.
Extraño la música y las musas.
Y la parte en que me violento y doy portazos.
Extraño el momento en que me pierdo y doy vueltas hasta que se me acalambran las piernas.
Y el frío académico en San Telmo.
Y las noches anotadas artesanalmente.
Y el casi nunca de un amor imposible que me lamía la cara.
Y la persecución como juego.
Extraño a mi amigo de oriente. Recortar con el las figuras de sus libros.
Y a ella que se fue y no se va nunca. Sus ojos. Nuestras miradas.
Y extraño las noches en que no dormía.
Y los duelos sin que hubiera muertos.
Y copiarme en los exámenes de geografía.
Extraño los paseos en auto.

Abro puertas ajenas a personas que no conozco. Ya no soy. Estoy, apenas. Solo soy cuando te tengo.

MoMia


Alguna vez me prometí no volver. Aquí estoy de nuevo, rodeado de árboles secos y estatuas entalcadas. Quieto. Fingiendo que espero que el viento me saque a bailar.
Voy envolviéndome con vendas enmohecidas. Con una precisión envidiable dejo al descubierto mis labios porque conozco su mala relación con el grito.
Y me recuesto sobre la tierra mojada. Y me dejo estar, desesperado. Y mis ojos no encuentran el camino hacia tu imagen.
Las ausencias se alivianan cuando las presencias horrorizan. Sé que voy a despertarme mañana sin vendas ni estatuas. Pero hoy estoy muerto de miedo.

lunes, febrero 13, 2006

La VueLTa


Anoche me colonizó una tristeza campestre (una angustia que nada revela ni rebela). Y aquí estoy, esperando ansioso un choque de neuronas. Haciendo listas. Descreyendo.
Por qué me hago esto? Por qué no puedo salvarme? Por qué me zambullo sin aire en este océano de pánico?
Vos lo dijiste ayer: la dignidad escasea.