miércoles, marzo 22, 2006

eL TRaJe

Después de meses de silencio mutuo me ofreciste cerveza de tu vaso. Nos caímos en gracia y así nació la catarata de palabras (dichas y no).

Tenía, en esa época, la compu en el quincho. Ahí pasaba las noches, escribiéndome, dibujándote hasta que se hacía de día.

Lo que escribía era cursi: odas al sufrimiento edulcorado, ensayos sobre la histeria. Enhebraba coincidencias y te escondía los collares. Amigos. Un título que nos chingaba.

Otras palabras se arrastraban por mi garganta. Fétidas. Fútiles. Inventé amores y pasados mientras me entregabas tu presente desnudo y adormecido. Estuve poco tiempo enamorado. No tardé en darme cuenta de que no eras lo que necesitaba. Pero, igual, te necesitaba.

El traje nos seguía chingando cuando empezaste con tus dudas de chico educado. Cuando me enredé en la cuerda y caí de boca.

Pedí una tregua. O todo lo contrario. Dejé de hablarte. Había perdido el dominio de mi mente y necesitaba desensillar. Vos no lo entendiste. No te culpo, ahora. Fue difícil mantener la distancia; la facu y sus malditos trabajos en grupo nos mantenían hilvanados.

Mientras despojaba a mi enojo de desnudez -para mostrártelo- llegó pascuas. El oasis perfecto de cuatro días sin verte que se transformó, de pronto, en cuarto días junto vos. Pascuas. Como para festejar la vuelta entre los vivos fuimos al cine con ellas, tus dos chicas y la mía. Una película pedorra con Nicolás Cabré. Le pediste a una de las chicas que te cambiara el lugar para sentarte a mi lado. No quería pasar por eso. Sí quería. No me diste tiempo. La propuesta fue un balazo en la nuca.

‘Quedate a dormir en mi casa. Tenemos que hablar’.

En ese momento el dolor de cabeza empezó a gobernarme. Pero nada resultó como esperábamos. Al menos no como esperaba yo. Dos de las chicas desaparecieron. Ella, no. Y ahí estábamos los tres en tu casa. Ustedes dos en un sillón. Yo en otro. Ustedes dos haciéndose mimos. Yo al borde de un océano de lava.

Estaba por amanecer. Me hice el dormido y Ella se fue.

Cómo hablar de vos sin hablar de Ella? Simplemente así, acabo de descubrirlo.

Subimos. Mientras te lavabas los dientes me desvestí y me acosté en la cama de tu hermano. Llegaste del baño ya cambiado, con un horrible pantalón de jogging que oficiaría de pijama. Te acostaste en tu cama y apagaste la luz. Nos despedimos. Silencio. Silencio. Silencio. Casi media hora de locura controlada hasta que sentí el intenso frío del metal hundiéndose de nuevo en mi cabeza.

‘Te tengo que hacer una pregunta’.

Me quedé en silencio. Muerto de miedo, sintiendo cómo mi cabeza se desintegraba de dolor.

‘Te gusta alguien?

’‘No’.

Lacónica muralla.

Dormí esos años más veces en tu casa que en la mía. Donamos a la nada palabras que nunca llegamos a estrenar. Jamás nos besamos. Jamás hablamos de lo que pasaba. Jamás nos acariciamos. Jamás cogimos (había que aclararlo).

Empezamos, sí, un ascenso triunfal al podio de las historias no consumadas. Los dos teníamos, ya, experiencia en esos menesteres.

Después vino aquella pesadilla en la costa. Ese viaje en que casi casi te birlo la mina mientras vos paseabas con Ella por la playa. Y después, cuando ya estábamos más tranquilos y lejanos vino el llamado. Estabas a punto de conseguir eso que siempre habías querido. Pero sonó un teléfono y uno fue el tuyo.

Alguien intentó no decirme lo que dijo, o viceversa. Noticia de último momento: no lo ibas a conseguir. El examen de sangre había dado mal. Sospechas, todas. Iban a versearte, a decirte que tu ingreso quedaba para más adelante.

Con la responsabilidad de manejar información sobre vos que vos no manejabas volví al paño de la locura. Lo que tenía para decirte era realmente una garcha. Hacía meses que no nos veíamos y cualquier aproximación al encuentro sería, al menos, forzada. Te llamé. Te acompañé a hacer el cambio de carrera. No hubo tiempo de hablar. Antes de entrar a la facu me dijiste que estabas mal y los ojos se nos llenaron de lágrimas. Nos dijimos chau con un abrazo corto y sentido.Yo quedé en estado de shock. Sospechando. Elucubrando. Sufriendo.

Bajé del colectivo a las pocas cuadras. Volví a tu facultad y me quedé sentado en la vereda de enfrente esperando que salieras. Me pasé seis horas como un buda, pero se hicieron las 23 y nunca saliste.

Volví a llamarte al otro día. Nos encontramos, de noche, en el río. No querías hablar, al principio, sobre el tema. Yo no quería callarme esta vez. Te dije lo que sabía y te pusiste a llorar. Vos no sabías nada. Me preguntaste qué pensaba. No dije nada. Qué iba a decirte?

Nunca más nos volvimos a ver.

Cruzamos, sí, unos mensajes muy interesantes y filosóficos vía mail. Sobre todo en la época en que sobrevolabas el mundo. Hace unos meses tomé valor. Estaba seguro que el tiempo había oficiado de sastre. El traje sí podía cabernos ahora. Ahora que sé con quién quiero compartir mi vida y por qué. Te escribí. Un mensaje tímido de comoestás. Me respondiste que bien. Que tranquilo. Que cómodo en la distancia. Me quedé con la sensación de que nada había tenido sentido.

(Yo y mi manía de clasificar todo no sabemos qué hacer con este traje usado que jamás llegó a estrenarse.)

4 comentarios:

Mirko dijo...

Tengo que irme YA a la facultad, vi este post, me parecio un poco largo, pero igual lo lei...
WOW, tengo toda la piel de gallina, me estremeci, me emocione... paso de todo por mi cuerpo...

Anónimo dijo...

tiempos y destiempos.
y ganas de abrazarte.
:-)

mi otro yo dijo...

A veces el tiempo no se une a lo que sentimos. A veces lo que sentimos no va con el tiempo.
Las cosas se cruzan pero tus palabras lo describen a la perfección.
Te mando un beso

Anónimo dijo...

vos tenes que publicar nene...ya